El Zoológico Municipal

El primer Director del zoológico municipal fue uno de los más destacados científicos del Siglo XX, y su sabiduría fue fundamental para que el parque pasara de ser una importante colección privada a convertirse en una de las instituciones zoológicas más destacadas a nivel continental.

Desde 1920 a 1926 el zoológico montevideano tuvo al frente al Dr. Carlos A. Torres de la Llosa, quien durante su gestión al frente del Jardín Zoológico Municipal le dio una orientación científica, sin descuidar su carácter de paseo público ni la función cultural popular que había inspirado la obra de los esposos Rossell- Pereira.

Como era tradición en algunos zoos europeos, el Director vivió junto a su familia en el predio del parque, en la que fuera residencia de los Rossell.

Bajo su dirección se modificó el trazado general del parque y progresivamente se reemplazaron las construcciones en mal estado por pabellones sólidos y estéticos. Se levantaron los edificios y corrales destinados a cebras, bisontes, wapitíes e hipopótamos; se construyó un gran pabellón para cóndores; se cercó con verja el lago marino, poblado por lobos, focas, tortugas, gaviotas, etc.; se construyó un pequeño serpentario y un puente sobre el Lago Lamarck; se abrió un lago para fauna indígena, ornamentado con flora uruguaya; se ampliaron los pabellones de las fieras con nuevos apartamentos; se construyeron los corrales de abrigo para gamos, gnus, avestruces, canguros y carpinchos; se construyeron varios aviarios; se levantó un pabellón para servicios higiénicos y se consolidó la mayoría de los caminos trazados según el nuevo plan.

La colección zoológica fue estudiada y clasificada científicamente y el número de especies fue aumentado considerablemente. Los gobiernos extranjeros y particulares contribuían con la donación de ejemplares; una nutrida correspondencia con los principales zoos del exterior así como con empresas como Hagenbeck de Hamburgo, Rogers de Liverpool o Steinfort Bros. de Victoria, Australia entre otras, le permitieron concretar un fluido ingreso de nuevos ejemplares exóticos.

No menos importante fue el incremento de las especies autóctonas representadas en la colección, a tal punto que el Zoológico se ufanaba "de tener la casi totalidad de los mamíferos, aves, reptiles y batracios del Uruguay".

En 1926, el alejamiento del Dr. Torres de la Llosa del cargo de dirección del antiguo Zoológico Municipal (que por aquel entonces era considerado el tercero en importancia de América, después de los de Nueva York y Buenos Aires), marca un cambio de paradigma y el declive de una primera época de apogeo.

El primer Veterinario del Zoológico municipal fue Antonio de Boni; además de dicho profesional y del Director trabajaban allí también un secretario, tres auxiliares, un mayordomo, un amaestrador, un maquinista, dos boleteros, un conserje, seis guardianes, cuatro serenos, tres capataces, cinco artesanos, dos jardineros, diez cuidadores y treinta peones.

Los animales notables de la colección que morían fueron estudiados, embalsamados y exhibidos en un museo que se instaló en los grandes salones donde antaño se alojaban animales delicados. Cuando se creó el Museo Zoológico “Dámaso A. Larrañaga” dicha colección se trasladó a allí. Algunos especímenes duplicados fueron llevados al Museo de Historia Natural de Enseñanza Secundaria.

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